Darle la vuelta por la carretera a Providencia, una Isla en Colombia de siete kilómetros de largo por cuatro kilómetros en su parte más ancha, toma un par de horas en un carrito de golf de los que se alquilan en el sector de Agua dulce. Este es un plan que permite detenerse en playas desiertas donde franjas de arena amarilla son los senderos que se recorren bajo la sombra de cocoteros.
Los ojos se deslumbran ante el arcoíris marino de siete
azules, que han hecho famosa a esta isla; esto gracias a su origen volcánico y
su barrera arrecifal. Por donde se le mire, Providencia y Santa Catalina
desbordan belleza: colores infinitos en la superficie, paisajes submarinos
llenos de vida y manglares que tiñen de verde y se hacen salacunas de diminutos
peces coloridos.
Una de las mejores experiencias del viaje es conocer a los
providencianos, los habitantes de esta isla. Son gente amable, sonriente,
amante de la música y la gastronomía y dispuesta a compartir los secretos de la
vida isleña con los turistas. Los isleños viven, principalmente del turismo y
la pesca. El mar los provee de alimento, paisajes y actividades distracciones.
Por su historia de colonización inglesa, holandesa y española, poseen
tradiciones como tomar el té, hablar creole (una variación caribeña del inglés
con raíces africanas) y el amor a la música.
Aún conservan sus bailes típicos, entre los cuales se
encuentran el vals, cuadril, scottische, mazurca y polca, aunque vibran aún más
por ritmos como el reggae, la socca, el calypso y ritmos del interior de
Colombia como el vallenato, la salsa y el merengue, entre otros.
Su cultura también se refleja en su arquitectura cuyo estilo
permanece desde la colonia. Casas de madera caribeñas y coloridas ostentan
tallas hechas a mano de peces y cangrejos que homenajean al mar. No hay altos o
grandes estructuras de cemento. ¡Un paraíso perfecto para descansar!
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